2.5.10

EL DILEMA DE LA VIVIENDA

Reconozco que haberme dedicado mis años de profesión como abogada en derecho de familia ha sido un aprendizaje intento. Ha tenido sus “pros” pero también sus “contras”. COMO TODO EN LA VIDA, pero en ocasiones ha sido curioso.
Desde luego, se aprende y mucho. A nivel profesional el día a día te marca. La experiencia, la seguridad te permite ir construyendo una profesión apasionante. Ahora bien, es en lo personal donde el aprendizaje se hace a marchas forzadas. Quieras o no quieras.
Muchos han sido los casos que han formado parte de esa mochila. Algunos de ellos confirman ese dicho popular que dice que “la realidad supera con mucho la ficción”.
Recuerdo asunto en concreto. Un día aterrizó una pareja en el despacho para divorciarse. Tenían un niño de cuatro años y otro venía en camino, una casa pareada en propiedad, un coche de cuatro millones de pesetas. Y, además tenían “la suerte” de ser tan poco “exóticos” como la gran mayoría de familias españolas- y “poseer” préstamos.
Pero en este caso resultaba más paradójico: lo que pagaban por los dos préstamos cada mes igualaba a los sueldos de ambos. Ante tal situación, mi primera pregunta, inicialmente por curiosidad fue: “disculpad, pero, cómo os lo hacéis para comer?”. A lo que me respondió ella: “Ah, comemos en casa de mis padres”.
Lo mejor vino después cuando ambos me hicieron partícipe de sus propuestas para formalizar el divorcio. Ambos querían la super casa pareada y el super coche. Y, mi siguiente pregunta, esta vez ya no por curiosidad, fue: “Si pensáis conservar la casa, si pensáis conservar el coche, ¿Con qué sueldo pensáis comer, pagar suministros, colegio, etc?. Ninguno de los dos con vuestro sueldo podreis ni pagar la casa ni pagar el coche. Pero ¿ha pensado alguno de los dos qué le vais a dar de comer a vuestro hijo? ¿ Y al que viene en camino?”.

Desde luego, la insensatez, por definirlo de alguna manera, llega a cotas insospechadas, máxime si hablamos de padres de familia con responsabilidades importantes a su cargo.

Lo cierto es que la vorágine en la que nos hemos visto envueltos y que estamos viviendo, en la que la gente ha acabado por concertar préstamos hasta para ir de vacaciones, en la que han perdido su casa como consecuencia de la crisis profunda por la que estamos pasando, nos ha, o mejor dicho, nos debería haber hecho reflexionar a todos. Y, si bien es cierto que a todos nos gustaría tener una buena calidad de vida, la hemos confundido con vivir por encima de nuestras posibilidades.

Y esto me lleva a pensar en la vivienda como bien más preciado y de primera necesidad, convertida en los últimos tiempos en un objeto de lujo, se hace inaccesible su adquisición para la gran mayoría de ciudadanos.

Por tanto, nos deberíamos preguntar si la adquisición en propiedad de una vivienda es siempre conveniente o aconsejable.
A lo largo de estos años se ha potenciado la compra por los poderes públicos: hemos disfrutado de unos beneficios fiscales que, si bien eran justificados al inicio, ya que se pretendía premiar aquellos que emprendían un objetivo como era la adquisición de un bien inmueble, lo cierto es que estos han acabado contribuyendo a que la gente comprara con la finalidad de tener una rentabilidad a medio plazo. Los intereses bancarios eran tan bajos que todo el mundo se ha “liado la manta a la cabeza”. Las familias se han endeudado hasta las cejas sin prever, lógicamente, cambios de ciclos económicos, los bancos también se han endeudado concediendo créditos a destajo.
En estos tiempos se han multiplicado también, y por doquier los “indómitos promotores” o “inclementes inversores” en inmuebles, “aves rapaces” que esperan a que caiga su presa.


Y todos ellos no han previsto un “crash financiero” como el ocurrido en EEUU iniciado por las “hipotecas basura” que nos ha acabado arrastrando a todos.
El afán de riqueza rápida, sin esfuerzo, sin trabajo, ha acabado abocando –como dirían algunos que también pecan a pesar de que lo nieguen, o miren hacia otra parte - en uno de los “pecados capitales”: la especulación.
Todas estas consecuencias que ahora llamamos crisis financiera y también inmobiliaria han llevado a un cambio en la forma de pensar, en la forma de creer, en nuestra forma de funcionar, en nuestras prioridades, en nuestras necesidades.

Es aquí en el que creo se produce un punto de inflexión de este bien de primera necesidad: alquiler o compra.
Hay el espejismo instalado entre la ciudadanía de creer que la adquisición de una casa o un piso parece como que el dinero que se paga al mes no se tira a la basura, sino que se pone en una bolsa para el futuro.

Los hay que han tenido muy claro que es la propiedad la que te garantiza el futuro, la estabilidad, la tranquilidad, en definitiva, una vida placentera y sin excesivas preocupaciones.
Ahora, los hay - y muchos- los que, después del fiasco de las hipotecas, con la inestabilidad en el mercado inmobiliario debido principalmente a la subida de precios desenfrenada desde 1999, con la inestabilidad en los mercados bursátiles, con la inquietud en lo que pasará mañana, no desean aventurarse a una nueva compra de vivienda. Por desgracia, hay muchos los que han pagado una cantidad considerable en hipotecas y han tenido que acabar dándolas en pago de las deudas, y estos son los que han tenido suerte. Los hay que, han perdido la casa y se han quedado deudores de los bancos.

Mas bien al contrario. Cuando compramos una vivienda y solicitamos un préstamo hipotecario, lo que estamos haciendo, es pagar intereses a los bancos, en una proporción “desproporcionada”, valga la redundancia, si tenemos en cuenta lo que realmente estamos pagando en concepto de compra, en concepto del valor de la vivienda adquirida.
En cambio, una vivienda en régimen de arrendamiento permite ahorrar, permite una mayor movilidad, permite mejorar la vivienda pasado un tiempo, permite olvidarse del mantenimiento y cuidado en viviendas en régimen de propiedad horizontal.
Para empezar, pagar un arrendamiento es mucho más asequible y ajustado a aquello que realmente vale ocupar una vivienda, si tenemos en cuenta los precios actuales de las viviendas, el pago de una renta mensual es más acorde que no una cuota hipotecaria.
Por otra parte, el tener una vivienda alquilada permite cambiar, por motivos personales, laborales o profesionales, o sencillamente para ir a unas mejores condiciones (con ascensor, más cercana al lugar de trabajo, o a los centros educativos de nuestros hijos, …). O sencillamente, permite olvidarse de su mantenimiento, como el pago de una cuota mensual para la rehabilitación del edificio.
Precisamente, y aunque pueda parecer una estupidez, las reuniones de las comunidades de vecinos se las pueden ahorrar. Acostumbran a ser tediosas e, incluso, absurdas. Y lo digo con conocimiento de causa ya que fui Presidenta de mi comunidad a lo largo de 7 años. El día que dimití (por agotamiento, por cansancio, por aburrimiento) tuve una sensación de alivio considerable.

Volviendo al inicio de este artículo, sería indiferente cómo se acabara el tema que me trajeron aquellos clientes al despacho. Pero aunque sea sólo por cotilleo os diré que aquella pareja en un inicio se separó pero acabaron juntos y viviendo en casa de sus padres, (por simple conveniencia, seguramente, era más fácil esto que volver a empezar de nuevo cada uno por su lado), vendieron la casa, vendieron el coche. Y, sobretodo, consiguieron vivir sin la presión de tener que beneficiar a los de siempre cada día de su existencia, LOS BANCOS.

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