El domingo pasado se celebraron las
Elecciones al Parlamento Europeo. Unas elecciones que puso de manifiesto, como
dice Josep Borrell, "la
crisis existencial del proyecto europeo". Y la foto es clara y
diáfana: fragmentación política y baja participación de los europeos.
Y la derecha ha vuelto a ganar. Con una brutal caída de votos en España (2,5 millones). Pero ganó.
Hemos oído a lo
largo de la campaña, y, algunos nos lo hemos querido creer, que aquel partido
que ganara escogería el Presidente de la Comisión. Así lo dice el Tratado de
Lisboa y así se nos reiteró a lo largo de la campaña. Y nos lo creímos.
Por la derecha se
propuso a Jean-Claude Junker. Por cierto, candidato a la Comisión propuesto por
la derecha europea y que no pasó por las urnas. Una “disfunción” democrática,
por decirlo de alguna manera.
Ya es "duro" tener como Presidente de la Comisión
Europea a un señor que ha sido Presidente de un paraíso fiscal. Claro que también podríamos preguntarnos si cabe esperar algo de alguien con estos antecedentes para
que luche contra esta distorsión democrática, que dibuje una política
monetaria, fiscal y económica mundial acorde a las necesidades de los europeos “de
a pie”.
Ciertamente, no es
mi candidato. Pero el Tratado de Lisboa establece que la opción más votada será
quien escoja el Presidente y así lo debemos respetar.
Ayer nos llegaban
noticias de Europa. Parece ser que Angela Merkel, todo y haber propuesto al Sr.
Juncker como candidato de la derecha a Presidente, se despertó el lunes con el propósito de alterar el Tratado de
Lisboa. De alterar lo que ella misma pronunció a lo largo de sus mítines. De
alterar, en definitiva, el pacto al que se había llegado.
Precisamente, la
vocación del acuerdo al que se llegó en Lisboa pretendía una mayor cercanía de los europeos a sus instituciones, vista la no ratificación de la Constitución Europea por algunos estados. Una
forma de democracia más representativa con la que todos nos sintiéramos más identificados.
Sra. Merkel: respete
las reglas. Nombrar “a dedo” el Presidente de la Comisión sería una
deslegitimación del mismo Tratado de Lisboa y un verdadero fraude a los
europeos. Y al proyecto europeo sólo le falta esto.
Si queremos
garantizar la democracia en las instituciones -porque esa ha sido
la voluntad de los ciudadanos europeos-, si queremos respetar lo que los mismos
candidatos dijeron a lo largo de los mítines en la campaña electoral, se ha de
demostrar. No sólo por los partidos políticos, sobre todo por los Estados.
¡Digamos basta!.
Basta ya a la imposición de la Troika, de Merkel y de todos aquellos que de
nuevo alteran las reglas de juego y que alejan a los ciudadanos
cada vez más a Europa.
Hemos de impedir,
entre TODOS, que Europa acabe siendo un fraude. Y exigir una democracia real. Algunos mandatarios no se creen Europa. Eso ya lo sabemos. Nosotros sí.
L’Hospitalet,
veintiocho de mayo de dos mil trece
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